Blog de Paco Derqui: La infinita complejidad de la realidad es como un fractal muldimiensional, un fractal de fractales, o propiamente ¡un METAFRACTAL!
lunes, 13 de mayo de 2013
VICTUS, de Sánchez Piñol (Catalunya España 11)
La novela ambientada en el asedio y conquista de Barcelona en 1714 ha tenido un gran éxito en Cataluña, y algo menos en (el resto de) España. Tengo que reconocer el desasosiego que me ha producido a ratos, a pesar del cual la he leído de un tirón. Mi amigo catalán Jordi me la recomendó encarecidamente, glosándola como un relato imparcial que reparte caña en igual proporción con unos y con otros. Lo que es, en mi opinión, bastante verdad, pero no siempre. Es cierto que a nivel de personajes la ecuanimimidad es total. Los personajes simpáticos y antipáticos se reparten por igual entre ambos bandos, y están trazados estupendamente. Entre ellos destacan el noble Vaubán, teórico del arte de la guerra, el bandolero-patriota Ballester, y sobre todo el formidable general Villarroel, que resulta que era castellano.
En ese sentido la novela es impecable, y en el sentido narrativo también. Se lee estupendamente. Y el trasfondo histórico parece muy currado. Jordi sabe bien porqué me la recomendó: el personaje resulta ser un iniciado en el arte de Vauban, el gran ingeniero militar de las formidables fortificaciones del siglo XVIII, por las que siento gran debilidad. Y ciertamente describe con golosa minuciosidad no solo la implacable lógica de aquel tipo de fortificación y asedio, sino que desciende al detalle cotidiano de la rastrera y miserable vida de los zapadores en las trincheras, hundidos en el barro y machacados por la artillería... En ese sentido la novela es una morbosa golosina para el aficionado al relato militar, como es mi caso.
¿Entonces, porqué el desasosiego?. Porque si bien a nivel de personajes la ecuanimidad es total, no lo es tanto a nivel de valoraciones globales; en otras palabras, del discurso político. No es que se pase mucho, pero cuantas veces en el libro habla genéricamente de los españoles, o los castellanos, es siempre para pintarlos con una pésima imagen, y en todo caso explícitamente peor que la de los catalanes: Brutos, crueles, zarrapastrosos, tiránicos, intransigentes.... frente a una sociedad catalana encantadora, amiga de las libertades, liberal... etc. Un discurso bastante corriente en muchos catalanes, y por cierto introyectado por muchos españoles que dolorosamente ven a Cataluña como una de las mejores partes de España, que sin embargo no quiere serlo, o no se siente tal, al menos en parte (Como le pasaba a mi propio padre: Véase "Cataluña Espanya 1")
Por otra parte, no sé si por ambivalencia, o por compensación cármica, en algún momento el contraste entre unos y otros toma cierto cariz de la voluntad política, o de la fuerza identitaria, que en este caso llega a ser elogioso para los castellanos. Algo así como el contraste entre el Barça y el Madrid. El Barça es el que mejor juega al fútbol, pero el Madrid es el que al final gana por su indomable moral de victoria (la frase es de Luis Aragonés, creo). Unas virtudes de austeridad e hidalguía que, con no poco amor, personaliza en Villarroel. Lo que contrasta con la mala uva con la que se recrea una y otra vez con la (presunta) necia estupidez de los dirigentes barceloneses, a los que llama felpudos rojos, y a los que machaca sin tregua ni piedad, con una saña que probablemente también sea excesiva.
La novela es muy amena, y la tensión narrativa va creciendo a medida que se acerca el fatal desenlace (el once de septiembre), en el que alcanza tintes épicos, sazonados de desmitificadores detalles de ese humor negro que tanto gusta a los catalanes y también a los españoles. Un final verdaderamente apoteósico que ciertamente tiene que haber sido muy del gusto de la intelectualidad catalana. Me emocionó incluso a mi, aunque estoy en el bando de "los malos".
Vale decir que, a pesar de ese contraste, en el que me extiendo porque refleja muy bien una cierta actitud que los castellanos encontramos, o nos lo parece, en los catalanes, y que despierta no poca antipatía. Pero tengo que reconocer que no es una novela de buenos y malos, y que posiblemente ese matiz sea inapreciable para un no-castellano, y que quizá está magnificado por nuestra propia atormentada autoestima.
Una última curiosidad. A Villarroel lo pinta como un militar profesional (castellano) que entonces, como los futbolistas de ahora, podían fichar sin merma de su honor por uno u otro bando, como también es el caso del atribulado protagonista. Cuando el inevitable final es inminente, según la novela, Villarroel tiene ocasión de irse de la ciudad, cosa que está a punto de hacer, aunque al final se queda, identificado con el heroísmo de unos ciudadanos que luchan hasta el final, aunque ya no hay ninguna esperanza, lo que podría ser bastante histórico. Hay última carga, ya en las refriegas finales, cuando las tropas borbónicas ya han entrado en el casco urbano, que Piñol cuenta con un emocionado y contenido sentido épico, pero no menciona una última arenga que Villarroel lanza a los combatientes: "¡estáis luchando por nosotros y por toda la nación española!".
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