Reseña del libro:
“RESPUESTA A JOB”
de Carl Gustav Jung
de Carl Gustav Jung
Publicada en la revista:
redes
Revista de psicoterapia relacional e intervenciones sociales
Nº 24. segunda época. Diciembre de 2010
La Psicología Analítica del psicólogo suizo Carl Gustav Jung, también llamada Profunda, se basa entre otros postulados en que la conducta del individuo puede responder a la identidad de los grupos de los que forma parte más que a la suya individual. Se trata un postulado fundamental y de vastísimas consecuencias, con frecuencia asumido con demasiada facilidad, cuyas raíces, pasando por el idealismo alemán, y por sus derivados románticos del Zeitgeist o el Volksgeist, se pierden en una noche de los tiempos repleta de comuniones místicas del individuo con su clan, su tribu, la naturaleza... E incluso, en la llamada experiencia mística, con el Universo entero.
Se trata ciertamente de una formidable propiedad del psiquismo humano, que también ha sido estudiada desde otros enfoques teóricos, psicológicos y sociológicos, resaltando distintas relaciones de pertenencia del sujeto con los distintos grupos de su entorno. Por ejemplo, la Psicología Familiar Sistémica se centra en las conductas, y patologías, de los individuos en función de su familia; o el Construccionismo, con su grupo social o cultural. Todas esas teorías, incluida la de Jung, pueden considerarse como las más recientes y elaboradas actualizaciones de aquellas intuiciones místicas y filosóficas.
Un ejemplo notable, desde la Psicólogía Social, nos los proporcionan las teorías de Tafjel y Turner, brillantemente demostradas en meticulosos experimentos y formalizadas en la denominada Teoría de la Identidad Social (SIT en en inglés). Se trata de una teoría que los estudiantes llaman “de las capas de cebolla”: las identidades correspondientes a los distintos grupos de los que se forma parte el individuo se superponen en el psiquismo del sujeto, y la pertenencia a uno de ellos se activa en función de las circunstancias. Los psicólogos familiares, por ejemplo, se centran en las identidades más cercanas a la individual, como la familia …¡y con eso ya van sobrados de complejidad!.
Pero Jung se sintió fascinado por las capas más externas de esa cebolla: nación, religión… que detectaba, por ejemplo, cuando en los sueños de un sujeto de bajo nivel cultural aparecían viejos temas de antiguas mitologías. Jung concluyó que en la mente de todas las personas hay una identidad nacional, una identidad religiosa, una identidad cultural… identidades que trascienden al individuo, al más puro estilo sociológico, y se convierten en entidades con vida propia que medran sobre la faz de la Tierra rigiendo la Historia de la Humanidad.
Con ese enfoque teórico Jung analiza los fenómenos religiosos en diversos ensayos, entre los que se encuentra “Respuesta a Job” [i][1] una de sus últimas obras, reeditada hace un par de años por el F.C.E. Se trata de una de las especulaciones más audaces y apasionantes que se han escrito sobre los mitos judeo-cristianos, y que recomiendo encarecidamente a cualquier persona mínimamente curiosa, dado que es un texto corto, lúcido y apasionado, y que además que se deja leer estupendamente, lo que no es poco viniendo de quien viene.
Lo que Jung plantea en este ensayo es el misterio de este episodio de la Biblia: “El libro de Job”. Es uno de sus componentes clásicos, aceptado por cristianos y hebreos, y cuyo contenido es hondamente perturbador para creyentes y teólogos. ¿Perturbador porqué? Porque es en el que la figura de Dios queda moralmente más en entredicho. Recordemos la historia brevemente: Job es un varón próspero y muy piadoso, cosa que complace a Dios hasta el punto de que se lo pone como ejemplo al mismísimo Satanás, con el que por aquellos entonces todavía no había roto las relaciones. Entonces este, que como todo el mundo sabe es muy malo, le dice que es muy piadoso porque las cosas le van muy bien “Pero extiende ahora tu mano y toca todo lo que tiene, y verás si no blasfema contra ti en tu misma presencia”[ii][2]. Entonces Dios acepta el desafío, y permite que Satán le haga lo que quiera, salvo matarle. Este se aplica a la tarea con el entusiasmo que es de esperar, y en pocos compases acaba con familia, prosperidad y salud del pobre Job, que queda pobre, solo y cubierto de llagas pidiendo limosna por las calles. Pero mantiene incólume en su fe en Dios, incluso cuando lo acosan por ello: “Maldice a Dios, y muérete” le dice su propia mujer [iii][3]. El grueso del libro es una larga polémica sobre la grandeza y atributos de Dios entre Job y sus amigos, que encima se dedican a darle caña: "Algo habrás hecho".
Lo que Jung plantea en este ensayo es el misterio de este episodio de la Biblia: “El libro de Job”. Es uno de sus componentes clásicos, aceptado por cristianos y hebreos, y cuyo contenido es hondamente perturbador para creyentes y teólogos. ¿Perturbador porqué? Porque es en el que la figura de Dios queda moralmente más en entredicho. Recordemos la historia brevemente: Job es un varón próspero y muy piadoso, cosa que complace a Dios hasta el punto de que se lo pone como ejemplo al mismísimo Satanás, con el que por aquellos entonces todavía no había roto las relaciones. Entonces este, que como todo el mundo sabe es muy malo, le dice que es muy piadoso porque las cosas le van muy bien “Pero extiende ahora tu mano y toca todo lo que tiene, y verás si no blasfema contra ti en tu misma presencia”[ii][2]. Entonces Dios acepta el desafío, y permite que Satán le haga lo que quiera, salvo matarle. Este se aplica a la tarea con el entusiasmo que es de esperar, y en pocos compases acaba con familia, prosperidad y salud del pobre Job, que queda pobre, solo y cubierto de llagas pidiendo limosna por las calles. Pero mantiene incólume en su fe en Dios, incluso cuando lo acosan por ello: “Maldice a Dios, y muérete” le dice su propia mujer [iii][3]. El grueso del libro es una larga polémica sobre la grandeza y atributos de Dios entre Job y sus amigos, que encima se dedican a darle caña: "Algo habrás hecho".
En medio de esa polémica, en un momento dado Job se atreve a preguntar a Dios porqué se pasa tanto con él. Y el propio Dios le contesta con uno de los alardes de poderío más formidables que se hayan escrito, y que es uno de los pasajes más célebres de la Biblia: “¿Quién encerró con puertas el mar cuando se derramaba saliéndose de su seno,?” [iv][4] … “¿Tiene la lluvia padre, o quién engendró las gotas del rocío?” [v][5] … “¿Podrás tú atar los lazos de las Pléyades?” [vi][6]…Job capta el mensaje haciendo punto en boca, y Dios, finalmente satisfecho, le devuelve la salud y la prosperidad multiplicadas.
La exégesis clásica de esta historia aparentemente no tiene demasiado misterio: Dios tiene motivos que son inalcanzables para los pobres y miserables humanos, lo que, por otra parte, es la piedra angular de la actitud religiosa.
Volvamos a Jung. Para comprender su formidable interpretación de este texto debemos recordar su noción de Inconsciente Colectivo. Es sin duda la más famosa de sus aportaciones, aunque no la más usada [vii][7], porque, entre otras virtualidades, tiene precisamente la de proporcionar una explicación racional, o razonable, de los fenómenos religiosos. Lo de Inconsciente Colectivo se entiende mejor si lo ponemos en términos de Identidades compartidas, como hemos hecho en el arranque de este texto, identidades que tienen un fundamento emocional. Un ejemplo sencillo: un sujeto es hincha de determinado equipo; no es una opinión ni un conocimiento, aunque pueda tener de ambos… Es un sentirse identificado con cuanto a su equipo atañe. Gozar son sus éxitos y sufrir con sus derrotas. Es una dimensión que se añade a su vivir individual. Y esa dimensión, esa identidad, se pone en activo, no sólo cuando presencia partidos de su equipo, sino también cuando está con otros aficionados. Con los suyos exhibirá gozosamente rituales, mitos y emblemas; con los rivales hoscas manifestaciones de desafío o desdén. Constantemente se retroalimentan entre ellos, y esa intercomunicación, como dirían Berger y Luckmann, “Trae un mundo de la mano” [viii][8]. El equipo en cuestión viene a ser algo que tuviera vida propia, que se sustenta de la pequeña aportación de cada uno de sus miembros. El ejemplo puede parecer frívolo, pero si en vez de un equipo de fútbol ponemos familia, patria o ideología, nos daremos cuenta de que ese es un mecanismo fundamental en la historia de la humanidad, puesto que en determinadas circunstancias esas identidades pueden cobrar una fuerza irresistible, incluso a contrapelo de la propia supervivencia individual. ¿Cómo explicar si no que, ¡tantas veces en la historia!, decenas de miles de hombres se encuentren para masacrase a conciencia, cuando tomados de uno en uno casi ninguno querría estar allí?
Pero el fenómeno puede ser mucho más complicado; por ejemplo cuando esas identidades son entidades abstractas, fruto la plasticidad cibernética de nuestros cerebros, presionados por la realidad. Esa presión da lugar a un conjunto de realidades subjetivas y objetivas, que interactúan como aplicaciones psíquicas (en el sentido informático), dando lugar a estructuras análogas que se repiten en todos los individuos. Son los famosos Arquetipos, a los que Jung atribuyó un fundamento genético. Un ejemplo: el mal, que en términos muy cotidianos podemos expresa como la mala leche: forma parte de nuestro acerbo conductual el ataque al otro, especialmente cuando nos sentimos agredidos. No entraremos en si es una conducta genéticamente programada, o propiciada, o netamente aprendida; el caso es que ahí está. Y que culturalmente esa posibilidad está muy censurada, y cada vez más. Nuestra capacidad para hacer daño queda relegada en forma de fantasías, totalmente inconscientes en los más civilizados, pero siempre prestas a asomarse en cuanto las circunstancias lo permitan. Hasta aquí puro Freud.
Pero Jung hace un hallazgo sensacional: esas capacidades relegadas parecen tener vida propia al margen de la consciencia [ix][9]; por eso en los sueños las percibimos en tercera persona. Y desde esa vida propia ¡pueden comunicarse entre diferentes individuos, a espaldas de sus consciencias!. Ahí lo tenemos: al comunicarse entre si, traen también sus propios mundos de la mano. Esos mundos constituyen realidades que están más allá de la conciencia racional de cada individuo, y más allá del mundo racional de sus interacciones verbales, aunque se construyen con las aportaciones de cada uno de ellos. Por eso es delito la apología del terrorismo: lo que para un intelectual es una mera especulación puede “reverberar” en la mente de un sujeto menos civilizado, o de un psicópata, que sí es capaz de poner en práctica… lo que sea.
Cada arquetipo crea su realidad (o viceversa). Ese es el fundamento psicológico del Mas Allá, y la gran aportación de Jung a la Psicología y a la Antropología Cultural. Porque ¿Cómo operativiza la humanidad esas fuerzas que se ciernen sobre su razón? ¿Cómo las hace manejables? La respuesta es que las personaliza en forma de dioses. ¿Porqué? porque, sobre todo emocionalmente, nos relacionamos mejor con algo que tiene cara y ojos que con una abstracción: es más fácil amar a Dios que a la Armonía Universal; y más fácil odiar al diablo que a la Entropía. Como, por construcción, esas realidades están más allá de la razón, la Religión es necesariamente irracional, o mejor dicho, a-racional.
Así pues, esa dimensión coductual de la rabia, el odio o la agresión, da lugar al arquetipo de la Sombra y de “El Mal”, y su personificación al Demonio, claro. Pero también dentro de todos nosotros hay un yo sumamente sabio y bueno, que ve lo que la razón no ve, el arquetipo supremo que Jung llamó Si-mismo (Self)… y que, con el mundo que trae de la mano, su objetivación, da lugar al Dios de las religiones monoteístas.
Recapitulemos ahora evolutivamente. En un mundo pre-racional los homínidos, como los demás animales, se mueven llevados por instintos y emociones, que pueden ser muy sofisticados, pero en definitiva actúan según un esquema conductista de estímulo y respuesta. La sofisticación de esas respuestas se vuelve un factor de presión evolutiva, consistente analizar lo mejor posible la realidad para dar con la respuesta más adecuada. En un momento dado, como en la informática humana, se hace el hallazgo de los modelos. El procesador neuronal encuentra la manera de construir un modelo de la realidad, que podrá ir perfeccionando, y con el que podrá trabajar de una manera más eficiente y haciendo predicciones de forma continuada. Ha aparecido la Razón. Gracias a ella el ser humano tiene en su interior un modelo de la realidad, lo que le permite objetivarla y predecirla, y esa objetivación internalizada le permite la conducta intencional demorada, y con ella la comunicación y la construcción de herramientas… ¿les suena? Si, nada menos que la Cultura. Visto desde dentro ese modelo ES la realidad (ahí los filósofos idealistas, el constructivismo, y el construccionismo); visto desde afuera ese modelo es el Yo (ahí los psicólogos).
Prosigamos. Podemos comparar el advenimiento de ese modelo de la realidad, aparecida en el cerebro de los homínidos hace dos o tres millones de años, con una poderosa aplicación que irrumpiera en una cibernosfera de ordenadores interconectados. ¿Se acuerdan Vds de cuando aparecieron MSDos, o las sucesivas versiones de Windows? Cada una de ellas arrasaba con las anteriores. ¿Arrasaba? Por supuesto que no: siempre quedan montones de aplicaciones y necesidades que no son abarcables por la gran aplicación: el conjunto global de hardware y software de los ordenadores, de infinitas variedades y plagados además de numerosas entidades ocultas, como los virus informáticos, interactuando entre si. La razón es muy poderosa, pero se ve en un mundo de emociones a las que entiende poco y puede menos... Y se ve forzada a crear la Religión.
Pero la metáfora da más de sí; fíjense: Por una parte esas nuevas aplicaciones se hacen evolutivamente mas complejas, de forma que cada vez son menos las “cosas” que se quedan fuera ¿Les suena? ¡claro!: la Evolución Cultural, y su producto estrella, el conocimiento racional-técnico-científico, que cada vez abarcan más aspectos de la realidad. Pero por otra no todo es positivo: los usuarios se enamoran de su nueva aplicación, y llegan a no querer ver nada que se salga de ella: Ese es el pecado original que nos relata el Génesis, el de los hombres que creen que pueden controlar la realidad (ser como dioses) con su poderosa racionalidad.
El ámbito y el poder de la Religión se ha ido haciendo más pequeño, hasta que Nietzsche llegó a proclamar que Dios había muerto. Vale la pena ver hasta qué punto era consciente del calado de esa afirmación, en contraste con formulaciones maniqueistas, beligerantes o simplificadoras:
El loco saltó en medio de ellos y los traspasó con su mirada. «¿Que a dónde se ha ido Dios? -exclamó-, os lo voy a decir. Lo hemos matado: ¡vosotros y yo! Todos somos sus asesinos. Pero ¿cómo hemos podido hacerlo? ¿Cómo hemos podido bebernos el mar? ¿Quién nos prestó la esponja para borrar el horizonte? ¿Qué hicimos, cuando desenganchamos la tierra de su sol? ¿Hacia dónde caminará ahora? ¿Hacia dónde iremos nosotros? ¿Lejos de todos los soles? ¿No nos caemos continuamente?...” [x][10]
Si me habéis seguido hasta aquí tened un poco más de paciencia porque nos acercamos al final. Ese es el escenario histórico que plantea Jung en su ensayo. En la historia cultural humana la pobre razón “navega” entre poderosas fuerzas emocionales, el pathos, objetivadas sociológicamente en dioses y demiurgos. Uno de los aspectos más importantes de esa evolución cultural es el que se refiere a la moralidad establecida, el ethos, que inexorablemente se vuelve más y más estricta (Cada vez está peor visto ser malo). El soporte de la moral normalmente, para casi todos, está más allá de la razón: no es necesario que todos entiendan porqué está bien lo que está bien: es más operativo establecerlo porque lo dice Dios, y que el dios interno de cada uno sintonice con ello. Pero en un momento dado ese desarrollo racional, el logos, casi alcanza, casi abarca, ese ethos social. Ese acontecimiento es lo que relata el Libro de Job. De alguna forma la humanidad, la pobre razón, ha alcanzado a las viejas estructuras morales. Job resulta moralmente más digno que Dios.
¿Tiene esa interpretación algún sentido histórico? Veamos las fechas: los expertos sitúan el Libro de Job, dando un margen generoso, entre el 300 y el 1000 A.C. Pongamos que el 500 para redondear. ¿Les suena esa fecha? ¡Claro que si! Miren en un atlas histórico cualquiera: Buda, Lao-Tsé, Confucio, Zarathustra, y sobre todo la apabullante explosión de la cultura griega: Pitágoras, Tales, Heráclito, Parménides, Sócrates, Platón… Una auténtica avalancha de saber humano, que consigue alguna de sus más influyentes expresiones. Una época, legendaria como pocas, en la que la humanidad llega a codearse con los propios Dioses…
El mismo Dios de los hebreos, tan poderoso y aún tan irascible, ha sido pillado en un renuncio por esa pujante humanidad. Según Jung Yaveh se sentía desgarrado por su propia desmesura emocional. Ha perdido su dignidad moral, nada menos. Por otra parte, siguiendo a Jung, no olvidemos que estamos hablando de complejos equilibrios entre estructuras racionales y emocionales, entre entidades psicológicas y sociológicas, equilibrios que míticamente se habían roto mucho antes, cuando Adán y Eva decidieron comer el fruto del árbol de la ciencia (¿y?) del bien y del mal. Es necesario que Dios recupere la dignidad perdida. ¿Cómo lo hará? Ese es el interrogante que plantea la historia de Job.
La solución, la respuesta a Job, es a la medida del problema y llegará quinientos años más tarde: Dios decide hacerse humano, y sufrir tortura y muerte. Y ese acontecimiento, real o virtual, pero sin duda el más importante de la cultura humana, marcará el año cero de nuestra historia.
NOTAS:
[vii][7] De Jung son, por ejemplo, la polaridad “Intro-Extrovertido” y los Test de Asociación de Palabras.
[viii][8] BERGER Y LUCKMANN. La Construcción social de la Realidad . Amorrortu, 1968 (Anchor Books, 1966). Constituye una de las ideas centrales, p.e. en p. 58. La expresión Un mundo de la mano proviene de: H. MATURANA y F.VARELA. El árbol del conocimiento. Debate, 1990.
Curiosa aportación de Jung...desconocía por completo este libro.
ResponderEliminarGracias
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ResponderEliminarSiento discrepar con el autor de esta crítica. Lamentablemente, se confunden o no se comprenden los conceptos jungianos de arquetipo, inconsciente, emociones, etc. Afirmar sin pudor que Jung se sintió fascinado por las "capas más externas de la cebolla", refiriéndose a su supuesto interés religioso, disminuye la validez de todo este artículo y pone de manifiesto una profunda incomprensión de toda la obra de Jung.
ResponderEliminarAdemás, no se menciona la piedra angular sobre el que se basa el "Respuesta a Job": la proclamación del dogma de María por parte del Papa Pío XII en 1950.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarLa interpretación de la Asunción de la Virgen María es sin duda una de las aportaciones más originales y poderosas de este ensayo, que desde luego da para otro artículo. Pero su idea central, tal como yo la he entendido es su interpretación de la figura de su hijo Jesús como restaurador del equilibrio en el alma humana roto por la aparición, o la preeminencia, de la conciencia racional individual (el pecado original).
EliminarPero su convicción es intrigante. Repasaré el libro.
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