El corazón del conflicto




RESEÑA DEL LIBRO:
“El  corazón  del  conflicto" 
de  Brian Muldoon
Paidós Iberica, Barcelona, 1998
(The Heart of Conflict / Putnam’s Sons, Nw York, 1996)


Publicado en la Revista
MOSAICO
Nº 38. Octubre de 2007.
Volumen 3.  Cuarta época


             Son bien conocidos los intensos dolor y rabia que surgen en una ruptura conyugal; sobre todo para el que no la desea. Aunque una parte importante de las parejas que se ven en esa tesitura consigan llegar a acuerdos “civilizados” sin más recursos que su buen juicio y el asesoramiento de sensatos abogados, lo cierto es que muchas de  tales separaciones acaban, dicho castizamente, “en el rosario de la aurora”.  Todo el mundo conoce historias de divorcios en los que uno, o ambos, cónyuges, son capaces de buscarse la propia ruina con tal de hacer daño al otro. Y cuando hay niños de por medio es cuando esas historias alcanzan cotas de dramatismo verdaderamente insoportables. Frente a ese problema social, relativamente nuevo, surge la Mediación como una demanda social, una actividad profesional, y por supuesto en la forma de muchas publicaciones. “El Corazón del Conflicto” de Brian Muldoon es una de ellas. Un título con resonancias conradianas en el que su autor nos adentra en los siniestros laberintos de los corazones destrozados por el odio y el resentimiento.
           
             Y no son solo las parejas en divorcio. En un mundo de creciente complejidad, los conflictos proliferan, y en ellos la humanidad asiste perpleja a los destrozos de su propia ira. Empresas, instituciones, jerarquías institucionales, la Administración, las Universidades… son víctimas en numero creciente de una de las más siniestras características del alma humana. Al decir de los Antropólogos[1], se trata del auténtico reverso oscuro de esa inteligencia de la que tan orgullosos nos sentimos, y que creemos que tanto nos diferencia del resto de la Biosfera.

            Y con razón. Desde las doradas atalayas de nuestro conocimiento del mundo, construidas por generaciones de espíritus sensibles y perspicaces, asistimos perplejos al desconcertante espectáculo que se desarrolla apenas a unos metros de nuestros santuarios de sabiduría, justo al otro lado del muro: el espectáculo de nuestras pasiones desatadas, que junto a las más elevadas cotas de refinamiento ético, y sofisticación científica y artística, desatan un día tras otro nuevas formas de rabia, violencia y odio.  Con  gran expresividad de su libro Muldoon nos advierte de esta siniestra encrucijada de la humanidad:

Corren tiempos peligrosos. Ya no podemos permitir dejar el tema de la resolución de los conflictos en manos del Pentágono, del departamento de policía o de las fuerzas de pacificación. No tenemos ni el derecho ni los recursos suficientes para utilizar la fuerza cada vez que se produzca un caso de violencia local o en una guerra tribal. Nuestros sistemas judiciales han llegado al límite de su capacidad para procesar nuestras querellas, y otras instituciones  se desplomarán si los cambios continúan creciendo a un ritmo exponencial. Todos y cada uno de nosotros debemos asumir la responsabilidad de resolver los conflictos presentes en nuestras propias vidas. Sencillamente, ya no podemos esperar que otra persona se ocupe de ellos.  (p. 21)

             Porque además, a la violencia de esos sentimientos se une un fenómeno sistémico así mismo fatal: la escalada asimétrica. Podemos entenderla, y tal vez eso nos consuele, como la consecuencia en el campo emocional de una ley sistémica de vasto alcance por ejemplo en la evolución biológica, cuya formulación más abstracta es la Esquismogénesis de Bateson, y que condena a las relaciones conflictivas, asimétricas, a serlo inexorablemente cada vez más. Tal principio daría cuenta de ese sangriento y frágil talón de Aquiles de la naturaleza humana, descrito de formas tan expresivas como: "La sangre llama a la sangre" Un problema muy, muy viejo cuya angustiosa gravedad dio lugar a  uno de los fenómenos históricos más relevantes de todos los tiempos, por no decir el más: El advenimiento del cristianismo. Porque es el Cristianismo el que más lejos llega en su  intención de frenar directamente esa lacra de la humanidad, con su aparentemente sencilla fórmula: “Pon la otra mejilla”. Ese es el significado antropológico e incluso biológico de esa máxima, tan excéntrica para los espíritus superficiales.

            Han pasado dos mil años. Los problemas persisten, y junto, ¿porqué no?, a las venerables instituciones religiosas nacidas de aquellas remotas coyunturas, surgen nuevas formas, también eficaces, de enfrentar aquel antiguo mal. Nuevas formas en el marco racional y profesional de la opulenta sociedad del confort, de los servicios, de la  superproducción industrial y de la sofisticación profesional: La Mediación.

            Volvamos a Muldoon. Superficialmente este libro podría parecer como un ensayo voluntarista sobre la Mediación y sus efectos,  que extiende su entusiasmo hasta el conflicto mismo, al que ve como un factor de cambio personal, y como el motor de todo progreso. Ningún cambio puede ocurrir si no hay previamente un conflicto, del tipo que sea.  “El Conflicto el la sal de nuestras relaciones más íntimas. Dos niños de seis años se enzarzan en una pelea breve y sangrienta, y luego se hacen amigos de por vida. Dos abogados entablan una encarnizada batalla en la sala de audiencias, y como resultado deciden convertirse en socios. Un hombre se enamora de una mujer que es radicalmente opuesta a él, y en medio del torbellino consiguiente acaban formando una familia” (p. 12). Con lúcida contundencia Marinés Suares explica y  critica la aparente extravagancia este peculiar punto de vista: No he conocido a nadie, hasta ahora, que diga: “¡Qué suerte, qué feliz me siento! Estoy en un conflicto”. Creo que lo que se quiere dar a entender cuando se habla de lo “positivo del conflicto” está referido al beneficio que puedan llegar a obtener todos los que han estado en alguna medida involucrados en él, fundamentalmente cuando al final de un doloroso proceso se alcanza la solución”.[2]

    Ciertamente el libro de Muldoon parece encajar a la perfección en esa categoría,  pero un par de rasgos lo redimen de esos abismos del voluntarismo: su conmovedora sinceridad, y su sombría lucidez. Una y otra vez  el autor nos transmite, a lo largo de las muchas historias que trae de su experiencia profesional como abogado especializado en mediación, su estupor y desolación  ante el sufrimiento provocado por tantos conflictos mal resueltos.

   Pero también nos trasmite la esperanza por los otros muchos en los que una mediación eficaz, profesional o espontánea, ha podido llevar a buen puerto la resolución de un conflicto, conyugal o del tipo que sea. Y de ahí el salto filosófico que le lleva a considerar que finalmente los conflictos pueden tener un aspecto positivo. Y en ese salto encuentra muchos compañeros de viaje: desde Rogers a de Mello, pasando por Erikson (Eric), el  Bhagavad-Ghita, Csikszentmihalyi, Jung, Lao Tsé, Teilhard de Chardin, y muchos otros pensadores de todos los tiempos.

   A alguno pudiera parecerle un texto pretencioso y grandilocuente. Pero el autor no tiene mayores pretensiones intelectuales. En ese sentido es curioso que, ya puestos, se haya dejado a Hegel, para quien el conflicto, con su  Tesis, Antítesis y Síntesis, está en el centro mismo de la dinámica  universal. No, la impresión que da no es la de un intelectual que busca sorprender o apabullar; es la de un profesional  curtido que nos transmite sus reflexiones de mil batallas.

   Y no es que renuncie a los aspectos prácticos, tan caros para los mediadores. Buenas raciones  de técnicas y conceptualizaciones, dirigidas al profesional, abundan en todos los capítulos. Ni tampoco es que sea ingenuo, pues bien admite que muchas veces no hay nada que hacer, y por mucha buena voluntad que se ponga, la confrontación o el dolor son sencillamente inevitables.

     Pero es entonces cuando esos conflictos, irresolubles, desesperantes y devastadores, nos llevan al límite de nosotros mismos, y los que en definitiva pueden llegar a producir el verdadero cambio, el cambio inesperado, el cambio-2, o meta-2; el cambio no deseado que se vive como una muerte, el que nos enfrenta con nuestras facetas más oscuras, a la sombras de Jung… Es entonces cuando podemos decir que hemos llegado al verdadero corazón del conflicto, y cuando sencillamente tenemos que aceptar la realidad. Ahí es donde Muldoon  escribe sus párrafos más conmovedores:

    Por lo tanto, la aceptación es también compasión; compasión hacia nosotros mismos. Si realmente queremos dejar de sufrir, hemos de despertarnos y oler el aroma del café. Él no volverá. El caso no se resolverá ni por un millón de dólares. No te elegirán presidente. Van a rechazar tus planes para reorganizar el departamento.

   Y ¿qué? La vida sigue. Cepíllate los dientes, vístete, ve al trabajo. Y valora la sabiduría que crece en tu alma. No te hiciste con ella por lo que adquiriste, sino por aquello a lo que renunciaste. (p. 258)


[1] Clifford Geertz. La interpretación de las culturas. Gedisa, 1987.   pg.79

[2] Marinés Suares. Mediando en Sistemas Familiares. Paidós, Buenos Aires, 2002 p.58

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