Publicado en la revista "MOSAICO"
nº 58, de Junio de 2014
nº 58, de Junio de 2014
La Teoría del Apego es una de las grandes construcciones teóricas de la psicología contemporánea. Tanto que, para muchos, su creador John Bowlby (1907-1990) está entre los grandes pioneros de nuestra disciplina (Freud, Skinner, Piaget…). Este artículo trata sobre origen de dicha teoría. Pretende resumir los planteamiento teóricos esenciales y su cronología, con la intención por un lado de dar una idea al profano de “de que va” dicha teoría, y por otro de señalar algunas de las peculiaridades de su estructura teórica que justifican su inclusión en una publicación de psicología sistémica.
En ese sentido lo fundamental es que Bowlby basó su teoría en una disciplina biológica, la Etología, ciencia del comportamiento animal. Es decir, la situó en un marco transdisciplinar, lo que en sí mismo es muy afín a una Teoría General de los Sistemas, en la que las estructuras teóricas transdisciplinares, o metateóricas, forman parte de su acta de nacimiento. Esa referencia a la Etología nos llevará posteriormente, como a él, hasta otro solitario gigante intelectual, Konrad Lorenz, cuyas interpretación del comportamiento animal a su vez lo acercaron a la Psicología, cercanía que él no dejó de explorar en un conjunto de ensayos, cuya calidad moral, intelectual e incluso literaria, contribuyeron a que le concedieron el premio Nobel de medicina de 1973.
En pocas palabras la cronología es la siguiente: En los años 30 y 40 confluyen una serie de circunstancias: las conmociones sociales y bélicas de gran escala, el surgimiento de la asistencia social institucionalizada y el progreso del conocimiento psicológico y sociológico; juntas dieron lugar por un lado a una gran cantidad de niños abandonados o separados de sus padres por periodos más o menos largos, en hospitales, orfanatos u otras instituciones, y por otro a un movimiento de psicólogos y trabajadores sociales que empezaron a interesarse por los efectos que tenían esas separaciones de las figuras paternas, y sobre todo maternas, en los niños pequeños. Fruto de este interés surgieron muchos trabajos y nombres, algunos de los cuales se han hecho muy conocidos, como por ejemplo, Anna Freud (Hija de Sigmund) o René Spitz (autor de “El primer año de la vida del niño”).
Entre ellos estaba John Bowlby, que había estudiado Psicología en el Trinity College de Cambridge y Medicina en Londres con brillantes resultados. También se formó en Psicoanálisis, bajo la supervisión de Melanie Klein, a su vez una de las grandes teóricas de esa disciplina. Bowlby pertenecía a una familia de clase media alta, de la que había recibido una educación rígida y distante: veía a su madre una hora al día, estando al cuidado de una niñera a la que tomó un gran afecto pero que dejó la casa cuando él tenía 4 años, episodio que recordará toda la vida. A los 7 fue ingresado en un internado… No tiene nada de raro que se interesara por el sufrimiento infantil.
Como decíamos surgieron muchos estudios diferentes, con distintas metodologías y en distinto países. Se publicaron descripciones, se filmaron películas, se hicieron congresos… y los resultados empezaron a confluir de forma bastante definida. El concepto central era la Deprivación Materna, que Bowlby detecta en 1944 entre los delincuentes juveniles. Para entonces ya tenía cierto renombre, habiendo alcanzado puestos directivos tanto en el Trinity College, como en la célebre Clínica Tavistock.
En 1950, la OMS le encarga un informe sobre la salud mental de los niños. Aparte de sus propios resultados, realiza una exhaustiva revisión de la ingente literatura que ya había y realiza su famoso primer informe: “CUIDADOS MATERNOS Y SALUD MENTAL, (Maternal Care and Mental Health”, 1951) donde por primera vez afirma de forma contundente que, además del cuidado físico y la alimentación, los bebés necesitan recibir “una relación cálida, íntima y continuada”, para que se produzca un correcto desarrollo psicológico del mismo.
Ese es el punto clave. ¿Qué es lo que había descubierto Bowlby concretamente?. ¿qué le llevó a esa afirmación? Por entonces en la Psicología del desarrollo, lo mismo que en la Biología y en la Antropología predominaba la sensatez propia de los enfoques funcionalistas. Ante cualquier rasgo, físico o conductual, el científico se pregunta “¿esto para qué sirve? ¿Porqué ha persistido en la evolución?”. El monumental fundamento de esta manera de ver las cosas la proporcionó la Teoría de la Evolución de Darwin, que venía a ratificar la fundamental funcionalidad de la supervivencia, y su correlato de que “si una cosa está, es porque sirve para algo”. Puede que de forma muy sutil, pero para algo.
Dicho funcionalismo se trasladó de la forma más natural a la Antropología, con el mismo nombre, y a la Psicología bajo las formas del Conductismo primero (persiste la conducta que es reforzada, es decir, que “sirve para algo”) y del cognitivismo después (persiste la conducta que el organismo cree que le sirve para algo, aunque esa utilidad pueda ser virtual, o emocional)
Puntualicemos que ni entonces eran todos tan estrictos, ni ahora, desde el escéptico posmodernismo, lo somos tan poco. Los mismos biólogos se daban cuenta, por ejemplo que un rasgo puede formar parte de un conjunto de elementos vinculados, en los que no todos tienen porqué ser útiles, o no siempre; p.e. un plumaje espectacular puede ser útil frente a las hembras y nefasto frente a los depredadores. El caso es que actualmente está generalmente admitido, al menos entre biólogos y antropólogos, que aunque el funcionalismo dista mucho de ser la explicación definitiva de las estructuras vivas, sin duda proporciona una irrenunciable línea de base para su comprensión. Frente a cualquier fenómeno vivo la primera pregunta sigue siendo ¿para qué sirve?.
Pues bien, precisamente el apego es uno de los fenómenos que plantean un desconcertante desafío al funcionalismo. Consciente de ello, ese primer informe dejó a Bowlby íntimamente insatisfecho. Ahí faltaba algo, la explicación básica que sostenía todo el conjunto, la utilidad de “una buena teoría” que explicase esa necesidad de “una relación cálida, íntima y continuada” para el bebé. ¿Qué conducta de los niños fue la que hizo que Bowlby proclamase dicha necesidad? Dejemos que él nos describa con sus propias palabras las tres fases por las que pasa un niño cuando es abandonado por sus padres, aunque sea en un medio en el que está perfectamente alimentado y cuidado:
La etapa inicial –de protesta- puede desencadenarse de inmediato o con cierto retraso y dura desde unas pocas horas a una semana o más. Durante ella, el niño pequeño da muestras de una notable zozobra ante la pérdida de la madre y procura recuperarla, ejerciendo plenamente sus limitados recursos. Por ejemplo, llora con frecuencia, sacude la cuna, da vueltas en ella y atiende ansiosamente cualquier señal perceptiva o sonido que pueda indicar la presencia de la madre. Todas sus conductas indican que aguarda con ansiedad su vuelta. Mientras tanto, suele rechazar toda figura sustitutiva que le ofrezca ayuda; aunque también algunos niños se aferran con desesperación a una cuidadora.
Durante la etapa de desesperanza, que sucede a la de protesta, sigue siendo evidente la preocupación del niño por la madre ausente, pero su conducta sugiere que está perdiendo la esperanza de que ésta vuelva. Disminuyen o se interrumpen sus movimientos físicos activos y el niño llora de forma monótona o intermitentemente. Se muestra retraído y pasivo; no plantea ninguna demanda a las personas que lo rodean y todo nos hace pensar en un estado intenso de duelo. Esta segunda etapa se caracteriza, sobre todo, por una gran pasividad del sujeto y; a veces ― erróneamente, por supuesto ― los adultos pueden pensar que ha disminuido su sufrimiento.
En la fase de desapego, que más tarde o más temprano sigue a las de protesta y desesperanza, el niño muestra más interés por el ambiente que le rodea. Por eso, los adultos reciben esta fase con alegría, creyendo que es una señal de que empieza a superar la pérdida sufrida. Ya no rechaza la presencia de las cuidadoras. Acepta los cuidados que le dan, los alimentos y juguetes que traen; y puede incluso sonreír y parecer sociable. Algunos creen que este cambio es positivo. Ante la visita de la madre, sin embargo, se advierte que las cosas no marchan tan bien como se suponía. Se observa palpablemente la ausencia de las conductas características de un fuerte apego, normal a su edad. Lejos de dar la bienvenida a la madre, el niño parece no reconocerla. En vez de correr a sus brazos, se muestra distante y apático, más retraído que lloroso. Parece haber perdido todo interés por ella.
Si se prolonga su estancia en el hospital o en la guardería a tiempo completo, y el niño –como suele ocurrir—empieza a apegarse de manera transitoria a algunas cuidadoras, que le van a abandonar también, se reiterará la experiencia original de la pérdida de la madre; y, a la larga, ese niño actuará como si ningún cuidado materno o contacto humano tuviera mayor importancia para él. Al cabo de unas cuantas de estas experiencias conflictivas, debidas a la pérdida de distintas figuras maternas a las que había dado su confianza y afecto, disminuirá en el niño pequeño su capacidad de entrega y, a la postre, le resultará imposible apegarse a persona alguna. Desarrollará así un egocentrismo cada vez mayor y, en vez de dirigir sus deseos y sentimientos hacia las personas, se interesará cada vez más por objetos materiales como dulces, juguetes y comidas. El niño que llega a este punto, después de haber vivido cierto tiempo en una institución u hospital, ya no se sentirá angustiado cuando las cuidadoras lo abandonan o son sustituidas por otras. Tampoco mostrará sentimiento alguno ante la llegada o marcha de sus padres, el día de visita; y estos pueden sentirse muy apenados al darse cuenta de que, aunque el niño muestra un ávido interés por los regalos que le traen, a ellos les presta escasa atención como personas significativas. En apariencia, se muestra contento, adaptado a su situación insólita; su trato es fácil y no parece temer a nadie. Pero esa sociabilidad es superficial: en realidad, se diría que el niño no experimenta ya afecto alguno por nadie. [1]
Me he tomado la libertad de transcribir tan larga cita porque expresa con gran sobriedad y eficacia el meollo mismo de la Deprivación materna, y el punto seminal del gran problema teórico que se planteó Bowlby. Una impresionante secuencia que no puede dejar indiferente a nadie, y menos aún a un psicólogo con un mínimo de sensibilidad.
Hay que decir que la publicación de estas conclusiones, y otros trabajos, como los de Spitz, produjeron una auténtica revolución en la práctica clínica, inaugurando por ejemplo los procedimientos de visitas sistemáticas de los padres. En ello influyeron decisivamente la filmación de películas sobre casos de niños reales, cuyo impacto emocional sobre la población, y sobre los especialistas fue demoledor. Reportajes famosos grabaron el propio Spìtz, así como el colega de Bowlby, James Robertson.
Pero aquí nos interesa la evolución de la teoría. El concepto de Apego aún no ha aparecido, y Bowlby y los otros psicólogos se preguntaban ¿Qué le pasa a ese niño? Es decir, ¿Cómo describir lo que le pasa a ese niño? Ninguno de los enfoques teóricos al uso le permitía comprender de forma satisfactoria el proceso descrito. Y es curioso porque los dos enfoques “rivales” (Conductismo y Psicoanálisis) compartían la misma visión limitada a una combinación de asociación y funcionalismo, bajo la suposición básica de que la mente humana funciona por asociaciones [2] (lo que es básicamente cierto... para la mente racional) Pero los niños están bien cuidados y alimentados. No hay maltrato; no hay dejación o abandono.
Por otra parte se trata de una limitación puramente intelectual, porque el texto es impresionante por el dramatismo de su contenido, pero seguro que no sorprende demasiado a casi nadie, y menos a una mujer, y aún menos a una que haya sido madre. No era un hecho sorprendente como podría ser la física cuántica. Era un hecho desasosegante por el simple motivo de que no había por dónde meterle mano desde los postulados teóricos del momento.
Ese mismo año (1951) se produce la famosa intervención de su amigo Julián Huxley, biólogo, escritor, y humanista, miembro de una distinguidísima familia británica: hermano de Aldous Huxley (el autor de “Un mundo feliz”), hermanastro de otro biólogo premio Nobel, Andrew Huxley, y nieto del también biólogo Thomas H. Huxley, llamado “el buldog de Darwin” por ser uno de los más vehementes defensores de la Teoría de la Evolución[3]. Así que, de casta le venía al galgo. Huxley fue el que habló a Bowlby por primera vez de la nueva disciplina biológica que estaba surgiendo en el continente: La Etología, ciencia del comportamiento animal.
Ya había alcanzado gran renombre el austriaco Karl von Frisch por sus estudios sobre la vida de las abejas, que incluían su gran descubrimiento de la famosa “danza de las abejas”, mediante la que se comunican la localización de alimento. Ahora era otro austríaco, Konrad Lorenz, el que estaba adquiriendo fama mundial por sus maravillosas y penetrantes estudios de la vida animal, incluyendo su gran descubrimiento del Troquelado (o Impronta, o Imprinting), por el cual los pequeños patitos asignan el rol de madre al primer objeto que ven en movimiento cuando salen del huevo. La imagen del venerable sabio seguido por una fila de patitos había dado la vuelta al mundo, conmocionando a todas las facultades de Biología. Y no solo de Biología; cedamos de nuevo la palabra a Bowlby :
Durante el verano de 1951 un amigo me habló del trabajo de Lorenz sobre la respuesta de seguimiento de los patitos y los ansarinos.Las lecturas sobre el tema y el trabajo relacionado con la conducta instintiva revelaron un mundo nuevo, un mundo en el que científicos de gran calibre estaban investigando en especies no humanas muchos de los problemas que intentábamos resolver en el ser humano ( … )
¿Podría esto funcionar, me preguntaba, arrojar luz sobre un problema central para el psicoanálisis, el del “instinto” en los seres humanos?
Luego siguió una prolongada fase durante la cual intenté dominar los principios básicos y aplicarlos a nuestros problemas, comenzando por la naturaleza de vínculo del niño con su madre. En este punto, el trabajo de Lorenz sobre la respuesta de seguimiento de los patitos y los ansarinos resultó de especial interés. Revelaba que en algunas especies animales podía desarrollarse un fuerte vínculo con una figura materna individual, sin el alimento como intermediario: porque estas crías no son alimentadas por los padres, sino que se alimentan a sí mismas atrapando insectos. (…) Después, a medida que aumentó mi dominio de los principios etológicos, y los apliqué a un problema clínico tras otro, me sentí cada vez más seguro de que este era un enfoque prometedor. [4]
La colaboración con Lorenz se afianza y empieza a resultar fructífera. Aunque cuestionado por unos y otros (Psicólogos académicos y Psicoanalistas),los resultados siguen adelante, y los equipos de trabajo aumentan. En 1950 se incorpora una figura clave: Mary Ainsworth, que con el tiempo desarrollará un método experimental llamado “La situación extraña” que resultará especialmente fructífero para la investigación en directo sobre las conductas de los niños frente a la presencia o ausencia de su madre u otros adultos. Con esa herramienta fue la que estableció los tres tipos principales de Apego: Evitativo, Seguro y Ambivalente
Es significativo que la OMS, donde el propio Bowlby había trabajado, organizara en esos años una serie de reuniones interdisciplinares sobre el desarrollo del niño. Participaron Antropólogos (M. Mead), Etólogos (K. Lorenz) Cibernéticos y Psicólogos, como Piaget y el propio Bowlby. Es interesante el paralelismo con las conferencias Macy, habían empezado en 1942, y que supusieron el origen del grupo de Bateson. Por lo menos Margaret Mead participó en ambas series de conferencias (ella, ¿pero no Bateson?) Pero no parece que hubiera un intercambio sistemático entre ambos movimientos. El caso es que Bolwy supo de la generalización de la Cibernética a los sistemas complejos, y la asumió para su modelo, puesto que consideraba explícitamente el Apego como un mecanismo homeostático. Pero parece que llegó a estas concepciones más a través de la Psicología Cognitiva, que de la sistémica, de la que quizá sencillamente no tuvo noticia. El caso es que es difícil encontrar referencias mutuas entre los pioneros de ambos enfoques.
¿Cómo son dichas estructuras arquetípicas? ¿Qué tipos de sistema ,en formas menos elaboradas, explican la conducta instintiva de los peces, mientras que, en formas más elaboradas, explicarían conductas análogas en las aves y en los mamíferos, y, en formas más elaboradas aún, la conducta instintiva del hombre? La búsqueda de prototipos es comparable a la que emprende el experto en anatomía comparativa, cuyo problema comienza con la cintura pelviana de un caballo.
Los modelos que más podrían contribuir a nuestra comprensión de las estructuras arquetípicas de la conducta instintiva son los desarrollados por la
teoría del control.[5]
Otro ejemplo muy explicito es la minuciosa discusión del concepto de instinto, y de la inadecuación de la concepción energética original de Freud, a favor precisamente de un modelo cibernético:
La diferencia fundamental (con la Teoría de las R.Objetales) es que yo parto de un nuevo tipo de teoría de los instintos. La Falta de toda alternativa teórica a la teoría instintiva de Freud constituye –en mi opinión- el fallo central de las teorías vigentes sobre las relaciones objetales.
El modelo de conducta instintiva empleado proviene, a semejanza del de Freud, de disciplinas afines y, como aquel, refleja también el clima científico de la época. En parte, deriva de la etología; y ―también en parte― de modelos tales como los que sugieren Miller, Galanter y Pribram en Plans and the Etructure of Behavior (1960) y Young en A model of the Brain (1964). En lugar de energía psíquica y descarga de ésta, los conceptos fundamentales se refieren a sistemas de conducta y su control, de información, de retroalimentación negativa y a una forma conductual de homeostasis.[6]
En todo caso, todo esto también manifiesta otra peculiaridad de la Teoría del Apego, tal como la desarrolla Bowlby, que es su absoluta lealtad al paradigma Psicoanalítico. Basta echar una ojeada a las bibliografías de cualquiera de sus libros para ver que las referencias a los teóricos del psicoanálisis son muchísimo más abundantes que las a cualquier otra disciplina, incluida la Etología[7]. Es algo que sorprende al profano que se acerca por primera vez a la obra de Bowlby: la de ser una absoluta reivindicación del Psicoanálisis, cuyo paradigma se asume, para criticarlo o glosarlo, desde la primera a la última página. Y dentro del Psicoanálisis, hace una importante revisión crítica de la Teoría de las Relaciones objetales. Si entendemos que la idea fundamental de la misma es que el Yo solo existe en relación con otros objetos, sean internos o externos, y que el objeto interno siempre es una introyección de uno externo, la referencia es del todo pertinente. Pero por las mismas también podría haberse refererido a la Teoría de la Identidad Social, al Interaccionismo Simbólico, al Construccionismo, o al modelo de Individuación de Bowen. Ciertamente el tema daría para un congreso planetario, por lo que no podemos reprochar a Bowlby que restringiera sus connotaciones teóricas; sobre todo cuando, a pesar de ello, el volumen de su obra es descomunal. Y por otra parte no podemos dejar de señalar la connotación positiva de que un psicoanalista haga ¡por fin! el esfuerzo de salir de su ámbito teórico para buscar relaciones en otros territorios. Posiblemente no sea ese el menor de los méritos de la obra que consideramos.
En 1958 Bowlby publica por fin “LA NATURALEZA DEL VÍNCULO DEL NIÑO CON SU MADRE”, donde se incluye la primera formulación Etológica de la Teoría del Apego. Es por tanto el año que ve el nacimiento formal de nuestra teoría. Pero es que además, ese mismo año, Harry Harlow (1905-1981) publica sus trabajos sobre privación social con macacos[8], que respalda fuertemente la teoría. Por aquello de la imagen y las mil palabras, la del pequeño simio mamando del biberón encajado en la muñeca de alambre, mientras se aferra a la muñeca de felpa, constituye una ilustración de la teoría del apego de una potencia persuasiva comparable a la de Lorenz seguido por su fila de patitos. Y de paso señala, muy a tono con las anteriores citas sobre la evolución de las conductas instintivas, que tal vez la famosa necesidad de “una relación cálida, íntima y continuada” sea evolutivamente anterior a nuestra condición humana. Ambos científicos entran en contacto, que se mantuvo desde entonces.
1958 es por tanto, para la Teoría del Apego, el año en que comienza su andadura, que no se ha detenido desde entonces, y que promete convertirse, por su esfuerzo transdisciplinar frente a la galopante especialización de toda la Cultura humana, incluyendo la Psicología; por la meticulosa honestidad de sus construcciones teóricas, y por el interés intrínseco de su objeto de estudio, preñado de poderosas connotaciones, en una de las teorías más logradas y fructíferas, no sólo de la Psicología, sino incluso de todas las Ciencias Humanas.
Dos palabras sobre Lorenz, antes de terminar. Resulta difícil no comentar algo de sus maravillosos ensayos sobre la conducta animal, auténticas joyas por su calidad intelectual, y por su sentido del humor. Se le ha tachado de antropocentrista, y quizá con razón. Pero por ejemplo ¿Cómo no ver en el divertido ritual de la famosa oca Martina un caso de TOC? ¿O como no quedarse pasmado por la reconversión de conductas agresivas en “Gritos de triunfo” que sirven para establecer intensas y duraderas relaciones entre machos del mismo sexo, que pueden calificarse amistad u homosexualidad viril…?[9]. El propio Lorenz fue muy prudente en la extensión a la conducta humana del más famoso de sus hallazgos: el troquelado. Pero, por ejemplo, ¿Hay alguien que dude que es un fenómeno de este tipo el formidable proceso de la adquisición del lenguaje en los niños de dos a tres años?
La filogenia (es decir, la historia evolutiva) de los instintos es mucho más fascinante que la de los rasgos físicos, y como la de ellos, abunda en las “reutilizaciones” más sorprendentes. Y siempre siguiendo una tendencia a hacerse cada vez más flexibles por la intervención del aprendizaje, pero sin dejar su carácter ”automático”, inexorable, frente a las señales desencadenantes. El aprender a hablar que mencionábamos es un ejemplo de ello.
Pero al hilo de lo ya hablado, cabe hacerse una última reflexión: ¿para qué sirve todo eso? ¿Porqué esa tendencia de la sustancia viva a la “automatización”?. La cuestión tiene gran calado biológico, dado el paralelismo:
Individuo / Hábito = Especie / Rasgo
En cuanto una conducta da resultado, tiende a automatizarse. La dimensión individual la vivimos todos los días en lo que se llama “acostumbrarse”. Nuestros dedos por ejemplo vuelan sobre el teclado para escribir la contraseña, sin que tengamos que pensar en ello. Sin duda resulta cómodo. Será eso lo que se gana: liberar capacidad de procesamiento, y del desasosiego de tener que tomar decisiones.
Pero… y la especie ¿Qué gana con transformar una secuencia conductual en un instinto automatizado?. Una suposición razonable es establecer la analogía con el individuo: asegurar una conducta de la que “se sabe” que, al menos estadísticamente da resultado. Solo que, al igual que los rituales instintivos, y las adicciones, una vez establecido, cobra vida propia para funcionar, y evolucionar, por su cuenta. En nuestra sociedad humana tenemos un ejemplo formidable, cuyas raíces se hunden en la noche de los tiempos evolutivos: El sexo. ¿Alguien duda de que su imperioso mandato ayude a la reproducción de las especies? Pero ahora, en nosotros los humanos, ya se ha desvinculado hasta tal punto de su “intención” original, que de hecho consumimos grandes cantidades de ingenio y energía en poder practicarlo sin que tenga consecuencias “naturales”. Y una vez que esto es así, ¿qué papeles juega el impulso sexual en la vida social humana?. Pregúntenle a Freud, por cierto muy valorado tanto por Lorenz, como por Bowlby.
No podemos finalizar sin hacernos la misma pregunta sobre el Apego. ¿Porqué esa necesidad instintiva de “mimitos” durante nuestro desarrollo extrauterino?. Además nos viene de antiguo, como nos lo muestran los macacos de Harlow. Una posible respuesta puede llegar desde la Antropología: es una necesidad para la correcta maduración de un “Sistema Emocional” (¡ Dios mío, que será eso?) que es al mismo tiempo extraordinariamente poderoso y vertiginosamente vulnerable; la otra cara de la hipertrofia neuronal que sostiene ese intelecto del que tan orgullosos nos sentimos, pero que sin embargo relega a las emociones el motor de las más sorprendentes creaciones de la humanidad. Pregúntemele a Jung.
[1] John Bowlby. “El Apego y la pérdida–1: El Apego” . Paidós, 1998-2011.
(“Attachment and Loss-1” Tavistock Institute of Human Relations. 1969).
[2] “Coloca el Trono en uno de los platillos y pon la Piedra de la Semejanza en otro. El resultado fue que pesaba más la Piedra. Me dijo entonces: "Aunque pusieras un millón de veces el Trono hasta alcanzar el límite de lo posible, esta Piedra pesaría más".” Ibn Arabî de Murcia: "Las contemplaciones de los Misterios".
[3] Fue el que, en un debate publico, respondió al obispo Wilberforce, cuando este le preguntó a él si descendía del mono por línea materna o paterna:
"Si tuviera que elegir por antepasado, entre un pobre mono y un hombre magníficamente dotado por la naturaleza y de gran influencia, que utiliza sus dones para ridiculizar una discusión científica y para desacreditar a quienes buscaran humildemente la verdad, preferiría descender del mono." Se dice que el impacto de las palabras fue tal, que una señora presente en la sala se desmayó.
[4] BOWLBY: “Una base segura” Paidós, 1996 (5ª ed. 2010)(Routeledge, Londres, 1988)
[5] BOWLBY. “El Apego (I)” Paidós /Espasa , 2011. (Tavistock Ins. H. R., 1969). P. 75
[6] BOWLBY. Ibid. P. 46
[7] Por ejemplo, en los tres tomos de su monumental monografía, hay 51 referencias a Freud, 17 a M.Klein, 11 a R.Spitz, 8 a Piaget, 2 a K.Lorenz. Y ningún autor sistémico, al menos conocido.
[8] Harry Harlow “The Nature of Love” (1958)
[9] K.LORENZ “Sobre la agresión: el pretendido mal”. Siglo XXI, Mexico 1971.
(Das Sogenannte böse, 1963)
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