Cuando el Gobierno Británico, encabezado por Cámeron, accedió a que los Escoceses celebrasen un referéndum sobre su continuidad política en el Reino Unido, se hicieron muchas comparaciones entre la actitud del Gobierno inglés, y la del español frente a la misma pretensión de Cataluña. Unos para poner a caldo a Cameron por su temeraria osadía, que puso en peligro la integridad del Reino Unido, y la de Europa, y otros para alabar su valor y sentido democrático, recompensados con una solución limpia del problema, al menos para los próximos 50 años. Entre estos últimos un estupendo ejemplo es el artículo de Enric Juliana "Una lección, una gran lección", dentro de su afinada serie de artículos "Código 11-9-11" sobre el proceso soberanista de Catalunya en España
En esta entrada pretendo señalar que entre ambas secesiones hay tres importantes y significativas diferencias, que constituyen una explicación, o un "atenuante", de la actitud del gobierno central y de buena parte de (el resto de) los españoles. No voy a pretender una imparcialidad total, en este caso imposible; me guste o no, estoy en uno de los “lados” del conflicto. Pero sí puedo ser consciente de mis “querencias” y, en la medida de lo posible, como psicólogo sistémico, intentar un análisis que evite las desoladoras escaladas emocionales que tanto abundan en todos lados.
Vamos con la primera y más anecdótica de las tres diferencias, que es el precedente histórico de la Primera República. Consulten cualquier manual, o incluso Wikipedia. El lamentable espectáculo de ciudades y comarcas proclamándose independientes, e incluso entrando en hostilidades con sus vecinos, es como para poner los pelos de punta a cualquier gobernante, y a cualquier ciudadano sensato. Espectáculo que llegó al delirio carpetovetónico en el caso de Cartagena, que “se quedó" con la flota de guerra que había allí aparcada, y se dedicó a usarla para piratear las capitales costeras vecinas, bajo amenaza de bombardeo. Como para no creérselo. Y todo eso frente a la pasividad "democrática y liberal" del primer gobierno republicano.
Es bastante normal que la identidad española, y sus clases dirigentes, hayan desarrollado una auténtica fobia frente a las aventuras secesionistas. Es curioso que en aquella ocasión los catalanes no plantearon ninguna secesión; hecho del que da una sagaz explicación el análisis de Pierre Villar, del que ya hablaremos más adelante (en la tercera diferencia). Pero la amenaza de que en cuanto un territorio consiga una prebenda, transferencia, o referéndum, inmediatamente los demás también van a pedirlo, es bastante patente para todo el que conozca la idiosincrasia española, o tal vez simplemente humana. El ejemplo más explícito está incluso legislado en una de las autonomías: la llamada "Claúsula Camps".
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