II
La segunda diferencia es psicológica. Arrimando el ascua a nuestra sardina, la basaré en la relación entre la identidad individual y la colectiva. Fenómeno complicado donde los haya, es uno de los frentes más estudiados de las ciencias humanas, y abordado por todas ellas, cada una desde su punto de vista. La cuestión es: ¿qué influye en el hecho de que un individuo sienta que forma parte de un grupo? Es decir: Si no yo ¿qué nosotros?
Siendo por tanto uno de los temas más apasionantes del humanismo, siempre ha merecido desde planteamientos místicos, como la famosa carta de Pablo de Tarso a los Corintios, planteamientos románticos, como zeitgueist de los idealistas alemanes, hasta psicológicos como el Inconsciente colectivo de Jung. Actualmente sigue en vigor en la Filosofía contemporánea y en la Psicología social, con el Interaccionismo simbólico, entroncado con la Filosofía Pragmática norteamericana, y con el Conductismo social de Mead, culminando en uno de los textos mas influyentes del humanismo contemporáneo: "La construcción social de la realidad" de Berger y Luckman (¡vaya título!), y en las modernas y sofisticadas formulaciones teóricas y experimentales de la Psicología Social, con su Teoría de la Identidad Social de Tafjel y Turner.
El fenómeno, del que no se disponen todavía modelos intelectualectualmente sólidos, sí apunta propiedades poco discutidas. Una de ellas es que una de las ventajas que obtiene el individuo al fundirse en un grupo es la ganancia en autoestima que representa participar de la identidad de ese grupo. Por eso los grupos prestigiosos o poderosos tienen más demanda de afiliaciones. Por ejemplo, cuando un equipo de fútbol atraviesa una racha exitosa, sube el número de sus seguidores. Aunque su demostración rigurosa pueda ser complicada, su comprensión es bastante intuitiva.
Pues bien, en ese sentido no hay duda de que lo tenían mucho mejor los Ingleses opuestos a la secesión. ¿Qué vamos a decir de la identidad Británica? Si duda es una de las unidades culturales y políticas más poderosas de nuestro planeta, junto a Francia y Alemania. Científicos, escritores, artistas, músicos, militares, exploradores... El esplendor del Reino Unido en los dos últimos siglos es realmente apabullante, y frente a él la Identidad escocesa, aunque ciertamente es una de la identidades mejor perfiladas del mundo, es difícil que llegue a aventajarle en autoestima.
Por nuestra parte, la España actual, resultado de la interminable y melancólica decadencia de un formidable imperio, es una identidad que, nos guste o no, no rebosa de prestigio a nivel mundial. Y además, resulta que dentro de ella es precisamente el subsistema catalán uno de los más prósperos, cultural y económicamente. Sé que muchos de mis compatriotas se sentirán dolidos por estas afirmaciones, y que unos cuantos tendrán ganas de freírme... Pero, les conozco bien, y creo que la mayor parte de ellos estarán de acuerdo conmigo. Y ello porque, a pesar de su gusto por los altaneros y ruidosos desplantes, que tanto se están dando en esta tesitura, (por ambas partes, todo sea dicho) están dotados del tranquilo sentido común del común de las gentes. Y porque, según dicen algunos hispanistas (Ciorán), precisamente a causa de esa larga decadencia están dotados de la sabiduría, impregnada de orgulloso fatalismo, de quien han subido a los más altos palacios, y descendido a las más humildes cabañas. ¿Tiene algo de raro que muchos catalanes sientan que, en términos de autoestima, se van a sentir mejor diferenciándose de nosotros?
Claro que, puestos así, tampoco tiene nada de raro que muchos de ellos, a su vez, se sientan íntimamente seducidos por ese destino singular, melancólico y sombrío, de España. Y paradójicamente, algunos de los más famosos. He ahí, la curiosa paradoja que compartimos los catalanes y (el resto de) los españoles. Resulta que muchos de nuestros más talentosos intelectuales están “en el otro bando”.
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