lunes, 25 de noviembre de 2013

Las promesas rotas de los presidentes de gobierno.



Me ha sorprendido hoy Carlos Alsina comentando el libro de Zapatero. Le daba mucha caña a raíz de la confesión que hace de haber tenido que tomar algunas decisiones, sobre todo una, en contra de su propio discurso programático, y presionado por Europa. Me ha sorprendido porque se mostraba muy crítico e irónico, el locutor, sobre la falta de sentido de la realidad de ese discurso previo, por lo que la cruda realidad del ejercicio del poder le obligó a "poner los pies en el suelo".

A mi me parece que eso no sólo le pasó a Zapatero. Le pasó a González, le pasó a Aznar, y desde luego le está pasando a Rajoy. Los puretas críticos suelen escandalizarse de lo fácilmente que los que están en el poder toman ese tipo de decisiones, y de lo fácilmente que la gente, sobre todo SU gente, se lo perdona.

Esta mañana con el otro Carlos, el "Herrera", Julio Anguita hacia otro de sus característicos alardes de su intransigencia programática ("programa, programa, programa...") que tanto respeto le supuso, incluso por gente "de la derecha" (me consta). Y siempre con el retintín de lo necia que es la gente que perdona tales conductas, que probablemente ni siquiera se lee los programas.

Pues bien, en lo que a mí respecta, no tengo ningún reparo en confesar que en mi vida me he leído un programa político. Creo que alguna vez intenté echarle una ojeada a alguno, muy al principio... y no entendí nada. A ver, entendía lo que decían, pero no tenía ni idea de la relevancia y al verosimilitud de lo que leía. No tengo ni idea de política ni de economía... Sí, puedo encontrar propuestas más o menos atractivas por parte de este o aquel candidato. Pero ocurre que no he nacido ayer, y sé perfectamente que dirán esto y lo otro ahora, pero que después, cuando estén en la cruda realidad de la responsabilidad del poder global, la RESPONSABILIDAD MÁXIMA, harán lo que puedan.

¿Y entonces qué hago? ¿Me inhabilita eso como votante?. Claro que no. Sencillamente voto con otros criterios, criterios que, si bien no pasan mucho por la racionalidad, no necesariamente por eso son menos válidos; o no mucho menos. ¿Qué hacemos cuando tenemos que contratar un técnico para que nos haga una reparación sobre algo de lo que no tenemos ni idea?  No hace falta pensar en un cirujano, o siquiera un informático, un fontanero basta. Pues recurrimos a nuestra psicología (la ciencia primigenia de todo ser humano) y decidimos cual de los candidatos nos inspira más confianza. Los determinantes de esa decisión son otra cuestión... y ahí pueden condicionarnos identidades y militancias más o menos conscientes, y más o menos racionales. Pero estoy seguro de que esas distorsiones afectan menos, y a menos gente, de lo que podría creerse, y de la  perogrullada de que estadísticamente a la gente le ofrece más confianza el que objetivamente muestra una imagen más digna de confianza. Y de que una imagen más digna de confianza la tiene el que en ese momento ES más digno de confianza.

REsumiendo: que cuando votamos sencillamente "sentimos" que "toca" votar a tal o cual. Cómo llegamos a tener tal tipo de "sentimiento" es harina de otro costal; un costal no muy racional pero no por eso necesariamente absurdo. Eso es lo que hacemos cuando votamos a un político. Y por eso perdonamos tan fácilmente que se salten sus promesas. Porque la mayoría de nosotros ni siquiera conocemos esas promesas. Y como lo hemos votado porque el nota nos inspira confianza, sencillamente damos por sentado que si ha roto una promesa, es porque tenía que hacerlo.

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