viernes, 15 de noviembre de 2013

ALICE MUNRO 3. (La erótica del poder)



Sigo totalmente enganchado a los relatos de A. Munro. Me gusta mucho esa sensación de la realidad empapada de frescura cotidiana, que parece que estés escuchando chismes familiares en la cocina de la casa familiar. El caso es que en lo que llevo leído empiezo a encontrar algunas pautas características, que merecen comentario.

Para empezar los hombres, claro. Podría decirse que para Munro, y para muchas mujeres, los hombres se dividen entre los tontainas presuntuosos, y los simplemente tontainas. Unos y otros comparten una especie de gilipollez adolescente consistente en estar imbuidos en su mundo particular, más o menos interesante, e incluso talentoso, pero desde luego muy lejos de la refinada, sutil y entrañable realidad femenina. Eso si, progre y “liberada” como es, hasta el punto de abusar, en su propio discurso, del adulterio, no renuncia en cambio a los referentes clásicos del mundo femenino, la ropa, la moda, la cocina, el hogar, la familia, que asoman una y otra vez, dándole a sus relatos esa sensación entrañable de la que hablaba.

La pauta característica consiste en que la chica se enamora fatalmente de un gilipollas del primer tipo, presuntuoso y seguro de sí mismo, incluso consciente de la miseria humana que se esconde bajo esa pose poderosa. Y fatalmente es fatalmente. Una abdicación total con armas y bagajes:

Se pregunta a sí misma qué le dio a él su poder. Ella sabe quién lo hizo, pero pregunta qué y cuando…, ¿cuándo tuvo lugar la cesión?, ¿cuando se produjo la abdicación de todo orgullo y sensatez?
(Alga marina roja)

El relato luego consiste en el desarrollo fatal de esa antinomia, de forma característica cuando el tipo resulta que está casado, y sencillamente vuelve al redil familiar.

¿Cómo, porqué, esa abdicación de toda sensatez? Supongo que la funcionalidad del fenómeno (de ese instinto) es la necesidad de seguridad. Esa seguridad que nos dan la gente con poderío, aún cuando sabemos que es fatua e impostada. Por no decir cuando se trata de pura “jeta” desconsiderada, o como se decía antes, un sinvergüenza. Sin-vergüenza. La erótica del poder.

¿Recuerdan la desdichada protagonista de “El tercer hombre” poniendo toda su enorme dignidad a los pies de un delincuente psicópata?

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