viernes, 29 de mayo de 2020

El mejor gol de la Historia.

     Pilla a contrapié a la defensa adelantada, desmarcándose para controlar con el pecho el balón que le llega preciso y oportuno, y sin que llegue a tocar el suelo le da con el interior del pie con tal suavidad y precisión que la pelota pasa limpiamente por encima del portero para caer mansamente en el suelo, ya dentro de la portería. El gol más hermoso que he visto, obra del delantero más elegante de todos los tiempos: Don Romario de Souza Faria. El pase fue de Guardiola.


   Dejo en solitario ese párrafo pretencioso, como homenaje a Romario, y a Robinson, que en paz descanse, y a Guardiola, y a Paco Jó, y a Joserra , y a Valdano... y a todos los que aman al futbol como fuente de emoción y de belleza.  Romario era el estratosférico y definitivo rey de las vaselinas. Las ceñía tanto, tenía tal sangre fría, y dedos de pianista en el pie, que sus valesinas casi siempre tocaban el suelo  antes de llegar a la red, y a veces incluso  de la raya de gol.

     Por aquellos entonces todavía estaba entre nosotros uno de nuestros mejores escritores, y además cabal futbolero y sobrio gourmet. No se le escapó el celestial acontecimiento, y escribió una de las crónicas más célebres de la historia del fútbol, con ese gol que dejó al portero lleno de vaselina y soledad. La he visto (no es difícil) traducida, o parafraseada en inglés. No creo que me meta en un lío por incluirla en este homenaje a Romario, a Róbinson y, como nó, al ínclito Manolo Vázquez Montalbán.

(Creo que esta es una segunda reflexión, y que hay una primera a pie de lunes, con la misma untuosa metáfora. Si alguien puede confirmármelo...)


ESPLENDOR EN LA YERBA por Manuel Vázquez Montalbán
Voy de curtido por la vida y los campos de fútbol y yo, que he visto regatear a Kubala con las caderas, driblar de costado a Eulogio Martínez, a Di Stefano reinventarse el campo de fútbol con la imaginación o disfrazarse de poste, a Cruyff marcar goles con el flequillo, lamenté aquel día no llevar nunca -pero es que nunca- sombrero para quitármelo cuando vi a Romario dejando cubierto de vaselina y soledad al portero de Osasuna. Llamándose Romario no podía esperarse otra cosa que goles sureños, del sur más profundo del mundo, con un estilo de samba con seriedad de macumba, de la misma manera que llamándose Van Basten los goles han de ser nórdicos y de metro noventa de estatura. Romario marcaba goles y después levantaba el dedo hacia los cielos y se santiguaba hacia los infiernos, con una seriedad de samba trascendente, como si los goles le vinieran de fuera, cual la gracia santificante y las ayuditas del Espíritu Santo.  ( El País el 10 de octubre de 1993)

video ; https://www.youtube.com/watch?v=Zr_I9siUiX0


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