CRISIS: EL OLEAJE DE LA HISTORIA (1)



     Las crisis siempre han estado presentes en la historia de la humanidad. Se han sucedido, una tras otra, grandes o pequeñas, a veces cruzándose y superponiéndose, sumando o multiplicando sus efectos. Como olas que recorren el océano humano, de distintos tamaños y naturalezas, a veces compensándose, y a veces superponiéndose y dando lugar a devastadores tsunamis. Tal vez se trate de una propiedad intrínseca de los sistemas complejos; incluyendo la evolución biológica, que parece producirse “en oleadas” (Simpson, G.G. 1984, p. 131). Resulta muy sugestivo que el mundo físico, desde los átomos hasta las galaxias, esté trufado de fenómenos cíclicos u ondulatorios, que dan lugar a las manifestaciones que más sorprendentes y bellas de nuestra realidad, como la mismísima luz… o como las olas del mar. Tal vez las crisis no son sino el oleaje de la historia. 


     Algunas crisis han sido francamente pintorescas. Por ejemplo, a principios del S.XVII, con el capitalismo recién inventado, se desata en Holanda la Crisis de los Bulbos de Tulipán. Introducidos 50 años antes, se pusieron de moda las variedades exóticas cuyos precios empezaron a subir, convirtiéndose en objeto especulativo. Se llegaron a pagar 1000 florines por un solo bulbo; (los ingresos medios anuales eran de 150 florines). La burbuja estalló cuando un lote se quedó sin comprador. Entonces cundió el pánico, todo el mundo quiso vender, pero nadie compraba. Mucha gente se encontró que habían invertido todo su dinero en algo que ya no valía nada. Las bancarrotas se sucedieron.

 Sobre la psicología en las crisis económicas, a la vista de este tipo de crisis resulta tentador acudir a las consabidas codicia y estupidez infinitas de los seres humanos, como hacen no pocos economistas. P.e. Galbraith en su clásico sobre la crisis del 29, donde declara desolado:

     La explicación es, simplemente, un tributo a esa tan repetida preferencia --en asuntos económicos—por los más impresionantes disparates. (Galbraith, 1987 p. 43).

    Pero como psicólogos esa explicación nos resulta insuficiente.  El carácter sistémico de la identidad humana (Derqui, 2016) establece la íntima interconexión entre la identidad individual, y el conjunto de identidades sociales que le conciernen. Lo sorprendente para muchos, pero no para los terapeutas familiares, es la preeminencia de las identidades sociales sobre la individual. Volveremos sobre este punto, que ahora permite una interpretación de estas conductas sin necesidad de recurrir a valoraciones tipo codicia o estupidez: ocurren no cuando está el dinero, o no solo, sino cuando está el grupo de por medio ¿Se les ocurre algo más motivador que “¡Nuestros vecinos se están forrando en la Bolsa!”? En todo caso es una muestra más de lo incomprensible que puede llegar a ser la conducta humana cuando se la analiza desde una lógica racionalista e individual. 

     El libro clásico sobre las crisis psicológicas es el de Erikson “Identidad juventud y crisis”, donde estableció el concepto de “Crisis de Identidad”, y donde adelanta una definición:

En la actualidad, dicho término (“crisis”) es aceptado para designar un punto de giro necesario, un momento crucial, cuando el desarrollo ha de adoptar una u otra dirección, recopilando recursos para un crecimiento, una recuperación y una ulterior diferenciación. Ello se muestra aplicable a múltiples situaciones: a una crisis del desarrollo individual o a la aparición de una nueva “élite”, a la psicoterapia de un individuo o a las tensiones correspondientes a un rápido cambio histórico. (Erikson 1980, p.14).

Destaco: “Un punto de giro necesario”. Lo esencial para Erikson es el cambio, y como terapeuta, lo considera positivo. Y necesario; inevitable. El sistema tiene que pasarlo. Es interesante la naturalidad con la que equipara crisis del desarrollo individual con crisis políticas, culturales o históricas. Hay muchos tipos de crisis; historiadores y economistas se vuelven locos definiéndolas, estableciendo su periodicidad. etc. Una clasificación simple y útil es la de crisis cíclicas y crisis coyunturales. Son más o menos equiparables en psicología a las crisis de desarrollo (p.e. la adolescencia de Erikson), y a las crisis por desgracias inesperadas de Pittman (Pittman, 1990, p. 29).

     El prototipo de crisis coyuntural es la llamada burbuja financiera; por ejemplo la de los tulipanes.  La piedra angular de la economía es la ley de la oferta y la demanda, una retroalimentación negativa que estabiliza los precios en el corto plazo: Si de un producto hay mucha demanda o poca producción, los precios suben, lo que estimula inmediatamente a los productores, y desanima a los consumidores… y viceversa. Ahora bien, el mecanismo se altera cuando el personal adquiere un producto, no para su uso, sino para venderlo y ganar dinero. Mientras se mantenga la demanda, aunque sea “falsa”, los precios siguen subiendo, lo que estimula más la demanda… ahora la retroalimentación es positiva y el sistema se vuelve inestable. El mecanismo se ve potenciado con el papel moneda y los créditos bancarios. Nuestra economía capitalista, caracterizada por la creciente facilidad con la que se mueven los capitales, incluso a nivel planetario, parece especialmente proclive a las crisis financieras y especulativas.  Y en efecto, las ha habido por docenas. Veamos algunas

     En la Inglaterra del S.XVIII, se produce la crisis de La Compañía de los Mares del Sur (South Sea Buble).  Dicha compañía había asumido la deuda inglesa en la guerra de la Sucesión española, y supusieron que después podrían hacer grandes negocios con el esperado monopolio del comercio con las colonias españolas de Sudamérica. Las acciones subieron como la espuma, estimuladas hábilmente por la compañía mediante hábiles campañas involucrando a gente de prestigio, como el mismísimo Isaac Newton . Pero el tratado de Utrech no confirmó esas expectativas, y el precio de las acciones se derrubó de golpe. Mucha gente perdió mucho dinero, y Newton dijo “Puedo predecir el movimiento de los cuerpos celestes, pero no la locura de la gente”.


    Parecida y por la misma época fue la crisis de La Compañía del Misisipi en Francia, fundada para la explotación de los territorios franceses en América del Norte. La corona, que estaba implicada, hizo una fortísima emisión de papel moneda para afrontar su déficit financiero, lo que provocó una inmediata inflación, y una demanda de oro a la que el banco no pudo hacer frente. Corría el año 1720. Hay quien dice que la quiebra consiguiente, junto con unos años de malas cosechas, dieron lugar a una larga crisis, que finalmente empujó Luis XVI a convocar los Estados Generales en 1789; era el comienzo de la Revolución Francesa. 

      Este último caso ilustra la dificultad de delimitar una crisis y sus consecuencias. No vamos a decir que este incidente financiero provocase, él solo, la posterior Revolución Francesa. Por supuesto hay un cambio en las estructuras económicas, nuevas élites que decía Erikson, (y Marx); y además, un cambio de mentalidad. Pero sobre olas de cambio ya en activo, un incidente financiero de envergadura puede ser el chispazo que provoca la explosión.

     En 1920 tiene lugar la crisis de los terrenos de Florida, cuando ya se sientían los primeros temblores del gran terremoto que ocurrirá nueve años después. Fue una burbuja inmobiliaria a en el estado de Florida, que se ofrecía como una especie de “paraíso tropical” a precios asequibles. El detalle aquí fue que se permitiese la adquisición efectiva, con el adelanto de solo un diez por ciento del precio de la propiedad. Las parcelas podían cambiar de manos varias veces en un día, con las correspondientes alzas de precios, que podían duplicarse y triplicarse en cuestión de semanas. La fiesta duró cuatro o cinco años, y en su final hubo incluso huracanes.   

El auge de Florida fue el primer indicio del verdadero estado de ánimo de los años veinte y de la convicción de que Dios se proponía enriquecer a la clase media norteamericana. Pero lo más asombroso fue la persistencia de esa disposición o actitud a renglón seguido del colapso de Florida. (…) Durante los cien años siguientes al colapso de de la famosa South Sea Buble los ingleses miraron con desconfianza hasta las más solventes e inmaculadas compañías por acciones. Por el contrario, aun siendo plenamente sabedores del dramático final del auge de Florida, la fe de los norteamericanos en la posibilidad de enriquecerse aprisa y sin esfuerzo gracias a la Bolsa fue cada día más firme. (Galbraith, 1979, p. 37)


En cuanto a los mencionados aspectos sociales todos remiten a la novela de Steinbeck,  y película de John Ford, “Las uvas de la ira” , que ilustran dramáticamente un aspecto bastante recurrente en muchas crisis: los grandes movimientos de población, especialmente entre el campo y la ciudad. En cuanto al mencionado desequilibrio ciudad-campo, es de reseñar ya venía de mucho antes de la crisis; era una afluencia constante, clásicos en la literatura y cine norteamericanos, de gente que llega a la ciudad, en parte huyendo de un conservadurismo rural que les resulta asfixiante, y en parte con los ojos repletos de una rutilante vida urbana, de la que se han atiborrado en el cine, y donde está la perversión de la gran ciudad. Hay quien afirma que la prohibición (de alcohol), aprobada en 1919, fue una concesión del gobierno a ese mundo rural (Adams 1979, p. 283)  Es interesante que en los EEUU esa tensión sociológica tome el expresivo nombre de anti-intelectualismo. 


      Sobre estos aspectos sociales es de reseñar el libro de Glen Elder sobre el segmento de población a quienes la Gran Depresión pilló en la infancia Por una serie de circunstancias Elder pudo seguir a un grupo de tales niños a lo largo de muchos años, y elaborar después los resultados. Con ese trabajo estableció el concepto sociológico de Cohorte, y los estudios del Curso de vida. El estudio establece sin lugar a dudas la correlación entre la severidad de la crisis vivida por el niño en la familia de origen, y la gravedad de distintos desórdenes psicopatológicos y de personalidad en el adulto correspondiente (Elder, 1974. p. 39)   Llama la atención que, al igual que Erikson, también señale las consecuencias positivas de semejantes desafíos, para una generación que después se comió la Segunda Guerra Mundial, y casi la de Corea. 

     Sobre la Crisis del 29 ni siquiera ahora los economistas se ponen de acuerdo, ni sobre las causas desencadenantes, (se dice que empezó con una sobre-producción agrícola que hizo caer los precios), ni menos aún sobre lo que habría que haber hecho. Los economistas ultraliberales, seguidores de Von Mises, dicen que lo mejor habría sido no hacer nada de nada; que si un banco se queda sin fondos, siendo pequeño y de implantación local, como casi todos entonces, es una tragedia que afecta a relativamente poca gente. Pero al intervenir el gobierno con medidas a nivel nacional, entonces ya son muchos los bancos afectados simultáneamente, y la ola se convierte en un sunami económico.

 En un mercado puramente libre y sin intervenciones no existiría el cluster de errores, ya que los entrenados empresarios no cometerían errores todos al mismo tiempo. (ROTHBARD 1963, p. 9)


         Casi todos dicen que casi todas las medidas que se tomaron fueron inútiles, cuando no contraproducentes. Keynes dejó establecido que lo único factible era estimular la economía mediante una fuerte demanda por parte del propio gobierno, es decir, el intervencionismo. Y este se hizo masivo con la Segunda Guerra mundial, que es lo que realmente acabó con la crisis. En eso están de acuerdo todos. Pero lo que nadie niega tampoco fue la eficacia psicológica de sus intervenciones radiofónicas de Roosevelt, las famosas “charlas junto al fuego”.

     El atractivo de Roosevelt residía en su imagen, que se aproximaba a la de un aristócrata tanto como eso era posible en América. En el país sobraban los políticos y las políticas desacreditadas, y parecía que Roosevelt se hallaba por encima de aquéllos (…) Pero en tanto que Hoover vacilaba, él prometía acción. (…)El hombre que tenía tal energía para superar sus dificultades personales (la poliomelitis), era sin duda el hombre que resolvería los problemas de América.(…) La tercera baza de Roosevelt, finalmente, que unía a la arrogancia del aristócrata una personalidad humana cautivadora y hablaba directamente al ciudadano medio como uno de los suyos. Siendo ya presidente hablaba por la radio como si de verdad mantuviera una “charla junto al fuego” con cada uno de sus oyentes. (ADAMS, 1977 p.304)


     Se dice que las principales consecuencias fueron el Nazismo y la 2ª Guerra Mundial. Mucha consecuencia es esa, desde luego. Me permito traer a colación a nuestro entrañable Bateson, en uno de sus artículos más conocidos, el de Versalles y la Cibernética: ¿No habíamos quedado en que la 2ª Guerra Mundial se debió a un mal cierre de la Primera? Profundamente desasosegante la descripción de la gente que, tras leer en la prensa las condiciones de Versalles dijeron “Habrá otra guerra”. ( Bateson, 1985 p.501). Lo que está claro, una vez más, es que nunca hay una causa simple para cualquier acontecimiento histórico. La convulsión financiera de los EEUU se propagó a Europa, sobre todo a Alemania, que tras la Primera Guerra, estaba muy endeudada con los EEUU. Y la primera Guerra, según el análisis histórico más aceptado, se debió a la disputa por los territorios coloniales… Y entre medio la Revolución de Octubre en Rusia, con sus fantasmas “recorriendo Europa”.  En cuanto a España, la crisis provocó todo tipo de conflictos sociales, que desembocaron en la proclamación de la 2ª República, y la posterior Guerra civil; ahí los factores de liderazgo, que dice Erikson. ¿Alguien da más crisis? 

    Un último detalle sobre las crisis contemporáneas: las mutaciones técnológicas que alteran los equilibrios sociales. ¿Mutaciones? Como las desgracias inesperadas de Pittman, pero en positivo. Hay quien dice que uno de los factores decisivos en el desarrllo de las crisis contemporáneas fue el invento de la radiofonía y la comunicación masiva, que permite a los líderes políticos dirigirse simultáneamente a cientos de miles de seguidores. Sin duda eso fue una herramienta política de la que sacaron buen partido líderes como Hitler, Lenin, Stalin, Churchill y, por supuesto, Roosevelt con sus famosas charlas.        


      Cabe preguntarse si ha habido crisis que no estén asociadas a una burbuja financiera.  Serían las crisis coyunturales, más interesantes para el enfoque sistémico Alejémonos en el tiempo, hasta la llamada Gran Depresión Medieval, donde tendremos ocasión de asistir a un ciclo completo de prosperidad-depresión, sin que medie, al menos en principio, ninguna crisis financiera: 

     Siglo XI, año mil. Sobre los restos del Imperio Romano habían surgido multitud de territorios autónomos, feudos, en los que la humanidad se agrupa tras la desaparición de un poder central que les garantice la seguridad y el orden. Es el régimen feudal. Las guerras son frecuentes, y los reinos surgen, desaparecen, se funden o se disgregan, en consonancia con la habitual dinámica sistémica de la identidad. Las tierras de cultivo disminuyen de tamaño, y se mantienen alrededor de aldeas agrícolas diseminadas y mal comunicadas en medio de inmensos bosques o páramos. Las ciudades pierden población, y a veces desaparecen. El comercio y la industria (la artesanía) también se ven muy mermados. Algunos reinos llegan a alcanzar considerable tamaño, incluso el de imperios, como el Carolingio, o el Sacro Imperio Romano Germánico, en cuyo nombre perdura el prestigio del impresionante imperio desaparecido, pero mucho más precarios y menos cohesionados. El cristianismo es lo único que ha quedado de él, manteniendo la unidad cultural, la identidad, de una Europa amedrentada por las bandas de bandoleros, o mercenarios, muchas veces venidas de la periferia, como los árabes, o los normandos. Las hambrunas son frecuentes. Ese es el sombrío panorama de la Alta Edad Media, que abarca desde el siglo VIII hasta el XI. El monje Raoul Glaber cuenta que durante la gran hambre de 1032-1033…

“… se comieron las bestias salvajes y los pájaros, los hombres se pusieron, obligados por el hambre devoradora, a recoger para comer todo tipo de carroñas y de cosas horribles de describir. Algunos, para escapar de la muerte, recurrieron a las raíces de los bosques y a las hierbas Un hambre desesperada hizo que los hombres devoraran carne humana. Dos viajeros fueron muertos por otros más robustos que ellos, sus miembros despedazados, cocidos al fuego y devorados…” (Le Goff, 1971. p. 22)
           

     Entonces ocurre algo insólito: una contra-crisis. Las poblaciones se estabilizan. Se producen progresos técnicos en la agricultura, como la rotación trianual o el arado de doble vertedera, y en la industria, como el molino de viento y el de agua. La producción agrícola empieza a subir, así como la demografía. Es la Baja Edad Media, que abarca desde el siglo XI hasta el XIV.  La prosperidad incita a los agricultores a buscar nuevas tierras de cultivo, y comienza una roturación sistemática de los bosques. Una auténtica epopeya que configurará el paisaje europeo para los siglos siguientes (Bois, 2009. p. 20).   Y con ella la demanda de artesanos, para los nuevos aperos agrícolas, así como de mercados para el comercio de los excedentes. Por toda Europa surgen los Burgos: barrios o poblaciones más o menos fortificados, normalmente anexas a núcleos preexistentes como castillos, abadías o incluso como barrios de otras ciudades previas. El burgo alberga artesanos, comerciantes, fijos o ambulantes, y sobre todo, una plaza de mercado. Y también los temidos prestamistas, los usureros, que prefiguran los bancos y el capitalismo. La producción y la natalidad sufren un ascenso que insólitamente se mantiene de forma continuada durante más de dos siglos. En España coincide con el avance de la Reconquista, y con la repoblación de los amplios territorios ganados a los árabes. La prosperidad dura doscientos años.

    Pero a finales del Siglo XIII empiezan a darse síntomas de agotamiento. Los cultivos empiezan a no ser tan rentables, y empiezan a darse abandonos. Vuelven las hambrunas. La industria se encuentra con situaciones de sobreproducción, con caídas de precios. La crisis se manifiesta espectacularmente en la construcción: el gótico también alcanza sus límites, con bóvedas que se derrumban, y obras inacabadas que se abandonan. “La primera mitad del siglo XIV es la época de las catedrales inacabadas”. (Le Goff, 1971. p. 267). En Plasencia tenemos un espectacular ejemplo de ese fenómeno.

     Los gobernantes, endeudados, recurren a las refundiciones de moneda, con las consiguientes devaluaciones. ¡El factor financiero siempre acaba por aparecer!... pero esta vez no al principio. Como suele ocurrir, las clases más favorecidas capean mejor la situación; las desigualdades se acentúan. Hay disturbios en las ciudades, y en el campo, que son reprimidos sangrientamente.


    En 1306 se amotinan los artesanos parisinos con motivo de una devaluación monetaria por lo que Felipe el Bello suprime durante una temporada todas las corporaciones. En todas partes resuena en estas ocasiones el grito de “¡Abajo los ricos!”, grito que se seguirá oyendo a menudo durante el siglo XIV. (Le Goff, 1971. p. 276)

     El malestar general toma muchas veces forma religiosa: sectas a veces heréticas, como los cátaros o albigenses, que acaban aniquilados en una sangrienta cruzada, o a veces dentro de la propia iglesia, en forma de órdenes mendicantes, la más célebre de las cuales es la fundada por Francisco de Asís, los franciscanos. Probablemente se trata del personaje más carismático que ha dado nunca la Iglesia católica, y que, en pocos años, aún joven, alcanzó un prestigio y una popularidad apabullantes, incluso más allá de las fronteras. El propio Francisco se veía obligado a imponer la sensatez entre sus seguidores cuando pueblos enteros, hombres mujeres y niños, dejaban sus casas y acudían en masa para entrar en la orden. (Chesterton, 1925, p. 125). 

     Y para que no falte de nada, guerras y epidemias: por ejemplo La Cruzadas; la Guerra de los cien años (1337-1453), entre Francia e Inglaterra, incluyendo a Juana de Arco. Y la Peste Negra (1347-1351), que, en varias oleadas, arrasa Europa aniquilando un tercio de su población.  La Reconquista española se queda trabada durante dos siglos a las puertas de Granada. Se ha completado el ciclo. Una fase ascendente en los siglos XI y XII, y descendente en los XIII y XIV.

    No creo que muchos historiadores nieguen que el factor financiero fue secundario en esta crisis.  Se trata de un magnífico ejemplo de crisis coyuntural, fundada en la propia estructura y dinámica del sistema, con el regalo intelectual de un ciclo completo, perfectamente perfilado. 

    Pero hay otra crisis coyuntural en la historia que desde siempre ha cautivado la imaginación de intelectuales y profanos, de escritores y cineastas; es la última y en la que mas me voy a extender, sobre todo por la riqueza e intensidad de sus connotaciones culturales y psicológicas.  Hay que retroceder mil años más en el tiempo: se trata de la caída del Imperio Romano.  


    Pero para no alargar demasiado esta página, lo dejaremos para una segunda parte:

"EL OLEAJE DE LA HISTORIA, 2: La caída del Imperio Romano"

No hay comentarios:

Publicar un comentario